Britzklieg siesta
'¿Mai
estail...? Iú can col it de ait o faitin güidout faitin,'
dijeron Romano y Bruce Lee al unísono sin escuchar la voz del otro.
'Todavia
pensando en los canarios?' volvió a insitir Ponce mientras atravesaba la
puerta con la sombrilla en una mano y el bolso en la otra. Romano no
contestó, estaba tirado de lado sobre la cama mirando Operación
Dragón en un Hitachi colorado de catorce pulgadas,
blanco y negro. 'Los canarios...' pensó.
'No
sabes que linda estaba la Bristol...'
'Shhh.
Callate que esta es la escena donde...'
'Pero
si ya la viste mil veces ya!'
'Shhh.
¿Don iu sinc güi nid mor rum...?'
Ponce
terminó de entrar a la habitación murmurando maldiciones, dejo el
bolso junto a la cómoda y se sentó en el borde de la cama. Se
metió un dedo en la oreja sacudiéndose la arena, se tiró
de espaldas y se quedo mirando los agujeros del cieloraso. En ese momento se
cortó la luz.
'Mierda,'
dijo Romano. 'Otra vez la luz...'
'¿Y,
qué querias por mil pesos mugrientos?' contestó Ponce.
'Luz,
quería luz.'
El hotel
no era de lo mejor pero no se podían quejar. No faltaban cucarachas - es
cierto - pero era lo más habitable que podía conseguirse por esa
suma miserable. Hotel Kennedy de la Fraternidad Ferroviaria a sólo
quince minutos del mar, anunciaba el folleto, sin
especificar si eran quince minutos a pie, colectivo o fonicular.
Era el
septimo año consecutivo que venían a parar al Kennedy, en gran
parte por la amistad que habían forjado con Don Kelly, el conserje. Este
viejo, de unos sesenta y cinco años era un personaje más que particular.
Atlético, con toda su dentadura y bastante mujeriego. Más de una
vez lo habían visto trepar por el hueco del patio interno del hotel para
entrar por la ventana de la habitación de algun huesped que se
había dejado las llaves adentro, hasta el momento no se había
caido nunca. Memorables también eran sus bagna caudas,
donde nunca faltaba alcohol y buena musica. Lo que se dice un personaje.
'¿Vas
a venir a la playa esta tarde?' preguntó Ponce.
'No,
todavía me arde...,' contestó Romano.
'Fuiste
un sólo día desde que llegamos.'
'¿Qué
querés? ¡Parezco un camaron!'
'¿Te
pusiste la crema?'
'¿Qué
crema ni qué crema? Pancután me tendría que poner...'
'Embromate
por dormirte al sol,' dijo Ponce.
'Me
fallo la Briztklieg Siesta,' contestó Romano.
La
Briztklieg Siesta era una técnica que
había desarrollado cuando trabajaba de maquinista en el Ferrocarril
(cuando aún existían trenes en el país).
Básicamente consistía en tomar siestas relámpago
de veinte o treinta segundos. Había llegado a dominar tan bien la
técnica que podía practicarla mientras conducía la
locomotora por el monótono paisaje del norte argentino. Pero esta vez la
Briztklieg Siesta le había fallado y en vez
de veinte segundos se habia dormido cuatro horas bajo el sol de la Bristol.
'Los años no vienen solos,' se dijo tratando de encontrar una
justificación.
'Pero
quizas me ponga crema...' Esta última frase no la terminó porque
lo despabiló un ronquido de Ponce, se había quedado dormido boca
arriba, todavía ornamentado en su short con motivos de barquitos. Romano
estaba por despertarlo en el preciso instante en que volvió la luz.
Mientras el otro dormía terminó de ver Operación
Dragón.
Por la
tarde Ponce volvió a la playa y Romano se recostó un par de
horas, nada de briztklieg esta vez. Después se puso el pantalon de
vestir marrón, la camiseta, las pantuflas y bajo a tomar sake con Don
Kelly.
'Parece
un tomate!' bramó Don Kelly cuando lo vió acercarse al mostrador.
'Me
quedé dormido al sol,' contestó Romano.
'Ya
me contó el amigo Ponce,' dijo el otro. '¿Se toma unos sakes
conmigo?'
'Cómo
no, para eso vine.'
Don
Kelly recogió la vasija de ceramica que tenía detrás del
mostrador y salieron a la calle, al reparo de la sombra. Se sentaron en el
tapial del hotel.
'¿Entonces,
va a venir a la bagna cauda de esta noche?' preguntó Don Kelly.
'No
lo se, tengo hemorroides,' contestó Romano.
'¿Hemorroides?'
'Sí,
la costumbre de ponerle pimienta la sopa.'
'No
hay mejor remedio para las hemorroides que unas buenas hojas de hortiga. Pero
de todas maneras, véngase que van a estar las del cuatro,' dijo Don
Kelly mientras le pegaba un codazo complice a Romano.
'Puede
que vaya entonces...'
Romano
se quedo mirando las uñas de sus pies, necesitaban un corte, casi no le
entraban los zapatos y ya había roto un par de sábanas. En eso
apareció El Bobby y le empezó a oler la entrepierna.
'¡Fuera
bicho!'
'No
se olvide que es sordo,' dijo Don Kelly, 'tiene que hablarle a los ojos para
que pueda leerle los labios.'
Romano
le metió una patada y el perro se fué corriendo hacia adentro sin
hacer ningún ruido, también era mudo.
'¿No
le gustan los animales?' preguntó Don Kelly.
'Tengo
canarios,' dijo Romano mientras pegaba un sorbo de la pequeña tacita de
cerámica.
'¿En
la habitación?'
'No,
los dejé en casa. ¿Cómo voy a traerme los canarios a un
hotel?'
'Usted
se espanta, pero una vieja me trajo un gran danés una vez. Lo que me
costó sacar la suciedad del perro... ¿Ha visto mierda de gran
danées alguna vez?'
'No,
pero me imagino que debe ser mas grande que la de un canario.'
'Puf,
no se da una idea,' dijo Don Kelly y le sirvió mas sake a Romano. En eso
llegaron las de la habitación cuatro. Venían cargadas de bolsos y
cajitas de alfajores Havanna.
'Buenas
tardes a las flores del hotel,' dijo Don Kelly mientras Romano saludaba con un
movimiento de cabeza.
'Buenas,
anduvimos de compras,' dijo la mas petisa, que se llamaba Ludvia.
'Se
nota. ¿Y que me trajeron?'
'Unos
llaveritos. Para usted tambien hay, Romano. Tome,' dijo la otra, Amalia.
'No
hacia falta.'
'Faltaba
mas...' y una sucesión de cotideaneidades hasta que se despidieron. Don
Kelly las siguó para entregarle las llaves de la habitación y
Romano se quedó mirando el llaverito de goma con la silueta del Pac
Man. Así lo encontró Ponce, al volver de la playa,
esta vez sin sombrilla.
'¿Qué
hacés?'
'Nada,
me regalaron esta huevada,' dijo.
'¿Quién?'
'Las
del cuatro.'
'¡Vamos
tigre!' dijo Ponce.
'¿Estas
borracho?'
'Un
poco. Estuve tomando unos whiskies con cornalitos en La Rambla.'
'Ni
falta que lo digas, el tufo se siente desde Punta Mogotes,' dijo Romano. 'Toma
las llaves.'
'Dame.'
'Y
llevate esta huevada también,' dijo mientras Ponce se perdía a
traves de la puerta y no escuchaba. Otra vez se quedó mirando el Pac
Man como hipnotizado. Cuando terminó el sake volvió a
la habitación para ver las noticias.
Ponce
dormía, otra vez con el mismo pantalón y sin sacarse el gorro de
capitán. En la tele transmitían imágenes del presidente
Videla recorriendo alguna escuela, besando chicos, haciendo todas las cosas que
hacen los dictadores en su tiempo libre.
Romano
cambió de canal y se quedó mirando la novela de las seis donde el
protagonista principal, integrante de un grupo de tareas, caia perdidamente
enomarado de una guerrillera del ERP. Baléame,
se llamaba la producción.
Esa
noche fueron a la bagna cauda que organizaba Don Kelly. Era en el primer piso,
el que el viejo tenia reservado totalmente para él. Había
acondicionado una pieza para propósitos festivos: un tablón con
caballetes cubierto por un mantel con papa noeles, sillas, un ventilador y un
Wincofon que dejaba escuchar los alaridos desafinados de Edith Piaf.
Estaban las del cuatro y un par de
huéspedes que ninguno de los dos conocía.
Ponce
seguía borracho y lo primero que atacó fue una botella de Cynar
que habia sobre la mesa. Romano se sentó junto al ventilador y se
sirvió unos chizitos que había en un plato de color crema justo
entre los pedacitos de cardo y los palitos chinos. Las miradas cruzaban el aire
en todas direcciones y Romano se había refugiado en su mas
característico silencio social. Deben
haber pasado treinta minutos hasta que una de las del cuatro se le
acercó mientras Don Kelly aparecía con la olla y el calentador en
medio de un cataclismo de aplausos. Amalia estaba enperifloyada en un kimono
floreado y entalcada con Henno de Pravia hasta parecer una estatua de
porcelana.
'¿Le
gusto el llaverito, Romano?'
'Sí,
hermoso. Se lo voy a llevar a mi nieto.'
'Pero yo
se lo regalé a usted,' dijo y dejó escapar un carcajada.
'Ya lo se,
le decía en broma,' dijo Romano. 'No tengo nietos.'
Amalia
mojaba unas hojas de lechuga en la salsa de la bagna cauda y chorreaba todo el
mantelito de plástico hasta llegar a su boca donde unas gotas dejaban
surcos incoloros hasta rozar los límites del mentón.
'Se lo ve
mejor de las quemaduras, Romano.'
'Sí,
es cierto. Usé una crema que me trajo Ponce, Dermanosecuanto,' dijo y
buscó con la mirada a Ponce que estaba del otro lado de la mesa
dándole de comer en la boca unos carditos ensopados en salsa a Ludvia.
'¿Entonces,
mañana viene a la playa? Alquilamos una carpita en la Bristol, hay
suficiente lugar para cuatro.'
'Puede
ser. ¿Por qué no?' dijo Romano mientras lo miraba a Don Kelly que
habia comenzado a golpear una copa de champagne con un tenedor.
'Un momento
por favor, un momento por favor,' decía mientras se subía a una
silla. 'Quisiera brindaros algunas palabras, creo que es mi deber como
anfitrión de esta bagna cauda. Todos sabemos que el país esta
recibiendo a una nueva época y esperamos cosechar los frutos de...'
Estuvo hablando durante más de veinte minutos sobre la nueva Argentina
que venía, las virtudes de la bagna cauda, las aguas termales de Mar del
Plata y la inminencia del mundial setenta y ocho. Don Kelly ya estaba
totalmente borracho al igual que Ponce, a quien Ludvia tuvo que escoltar a la
habitación antes de que – en un intento de precipitar la
exposición - le partiera la
botella de Cynar por la cabeza al anfitrión.
Cuando Don
Kelly terminó el discurso solamente quedaban Amalia y Romano. El viejo
se bajó de la silla y se fué de la habitación dandose
golpes contra el marco de la puerta hasta que finalmente pudo perfeccionar la
puntería y desapareció. El Wincofón dejaba oir ahora unas
ragas de Ravi Shankar.
'Bueno,'
dijo Romano,'vamos a tener que irnos.'
'Y si,'
dijo Amalia y ambos se marcharon a sus respectivas habitaciones.
La
mañana siguiente se despertó con los ruidos de Ponce vomitando.
Le dolía la cabeza y no podía ser por otra cosa que por el sake
de la tarde anterior. Se sentó en la cama y esperó que Ponce
saliera del toilette.
'Buenos
dias,' dijo el último, '¿Venís a la playa hoy?' Ponce
tenía una capacidad innata para ser turista y no se la derrumababa ni el
hecho de haber dejado tres kilos de comida en un inodoro.
'Si,'
dijo Romano y se metió en el baño.
Estuvo
un buen rato acicalándose los bigotes con una tijerita plegable hasta
que consiguió dejarlos del espezor deseado. Después se
peinó con gomina y lavó los dientes, después se puso los
dientes.
Cuando
salió del baño Ponce ya estaba vestido y esperándole con
el bolso en la mano.
'¿No
llevamos la sombrilla?' preguntó Ponce.
'No,
vamos a la carpa de Amalia y Ludvia', que ya no eran más la del cuatro,
sino Amalia y Ludvia. Romano se vistió a las corridas y pronto estaban
dejando las llaves en el jarrón del mostrador, no había
señales de Don Kelly.
Caminaron
dos minutos hasta la estación de autobuses donde tomaron un setenta que
iba hasta la Bristol. El coche venía lleno y les fue difícil
encontrar un lugar entre el caos de termos y sombrillas que colmaba todo.
Tardaron poco mas de veinte minutos en recorrer los dos kilómetros pero
descendieron justo frente al Casino. Se dirigieron hacia la zona de las carpas
y cuando llegaron a las estatuas de los lobos marinos - esas especies de esfinges
que franquean el acceso al arena de la Bristol - se sacaron una foto por
turnos, como todos los años.
Bajaron
la escalera hasta pisar arena caliente y allí se quitaron los mocasines
para calzarse las skipi. Ponce sacó del bolso dos sombreros de capitán
y se dispusieron a encontrar la carpa cuarenta y tres. Caminaron unos siete
minutos esquivando restos de vasitos de plástico y pomos de bronceador
vacíos hasta llegar a la carpa de Amalia y Ludvia que estaban jugando
Black Jack con un gordo.
'Buenos
días,' dijeron ambas.
'Buenas
dias,' dijo Romano mientras Ponce saludaba sacandose el sombrero.
'Les
presento al señor Antoine,' dijo Ludvia, 'es nuestro vecino de carpa.'
Romano y
Ponce se presentaron e intercambiaron saludos con Antoine que les
aplastó las manos a ambos.
'El
señor es camionero,' dijo Amalia mientras el gordo afirmaba con la
cabeza y una sonrisa de proletario venido burgués.
'Que
interesante, yo fui maquinista durante largo tiempo,' dijo Romano mientras el
otro lo miraba y no decía nada. 'Pero que importa eso...'
'Sientesé
Romano,' dijo Ludvia, 'y sirvasé unas masas frescas que son una ricura!'
Romano se
sentó sobre una alfombra de color rojo y blanco y se puso a revisar las
mazas, finalmente no se sirvió ninguna. Levantó los ojos y se encontró
con los de Antoine que se le clavaban insistentemente – una actitud
taciturna difícil de precisar: desatino, autismo o simple idiotez
– mientras mezclaba el mazo de cartas. Ponce había desaparecido de
la escena, presumiblemente en busca de algun toilette.
'¿Quiere
jugar al Black Jack?' preguntó Antoine.
'Paso por
ahora,' dijo Romano.
'¿Tiene
miedo de perder?' dijo y rió vividamente mostrando todos los espacios
vacíos de su boca, esos donde se supone que debería haber
dientes.
'No,
Romano viene al mar conmigo,' dijo Amalia mientras se levantaba para salir de
la carpa.
'En
seguida estoy con usted.'
Romano se
sacó las skipi y las medias y se dió cuenta que no se
había cortado las uñas. Antoine lo miraba y le miraba los pies y
después volvía a mirarlo en una secuencia que lo hacía
sentir realmente incómodo. Romano salió de la carpa sin dejar de
sentir los ojos de Antoine en la nuca.
'¿Quién
es ese?' le preguntó a Amalia mientras esquivaba una palita playera que
le arrojaba una criatura,'¿Qué problema tiene?'
'No le
haga caso, Romano. Es un gorila mal educado, aunque gorila no es el
término correcto porque es peronista.'
'¡Encima
es peronista!' exclamó Romano.
'Y de la
pesada... Más vale que no diga nada.'
'Quedesé
tranquila.'
Llegaron
hasta la orilla del mar donde Amalia se refrescó tirándose agua
sobre la cara y el pecho con las manos. Romano se metió hasta las
rodillas, una ola le salpicó la entrepierna y se le pusieron los pelos
de la espalda de punta. Amalia seguía hablándole, ahora de la
bagna cauda de la noche anterior y de lo mal que le habia caído a ella y
su compañera de habitación; gases y demás abismos personales. Romano pretendía
escucharla asintiendo en todo momento con la cabeza y un ajá
seco mientras se perdía en la contemplacion de la Bristol.
La playa,
vista desde el agua, se transformaba en
algo irreal. Todas las sombrillas de colores amontonadas una al lado de
la otra, con la misma inclinación; miles de personitas con los mismos
pantalones cortos - con motivos de barquitos - que movían las manos sin
cesar, de las misma forma, en ese abismo multicolor. Niños que
corrían sin dirección alguna mientras sus madres de mallas
diminutas se aglomeraban en rondas conventillezcas de pensares y hablares
insolados. El fondo verde de las carpas y detrás la Rambla, los lobos
marinos, los vendedores ambulantes, el Casino. Irreal.
Amalia
también se metió hasta las rodillas y volvió a refrescarse
la cabeza y el pecho. Romano sintió algo que se pegaba en su pierna y
dió un salto. Era una bolsita de nylon que le había hecho pensar
en un aguaviva.
'¡Se
asustó!' dijo sonriendo Amalia mientras lo sujetaba de las manos.
'Pensé
que era un aguaviva,' dijo Romano mientras revoleaba la bolsita de nylon hacia
atrás.
'Es que la
gente es tan sucia...'
'Y si...
es sucia la gente. ¿Le habló Don Kelly de la mujer que trajo un
gran danés al hotel?'
'No me
diga...'
'Me
contó ayer, un desastre dejó el animal.'
'A mi los
perros no me gustan,' dijo Amalia.
'¿No
le gustan los animales?'
'Solamente
los pajaritos, tengo canarios en casa,' dijo Amalia y la cara se le
iluminó a Romano detrás de los lentes.
'Yo
también,' dijo,' tengo cuarenta y tres.'
'¡Cuarenta
y tres! Que bueno! ¿Y, con qué los alimenta, mijo o alpiste?'
'Alpiste,
por supuesto y de tanto en tanto con algun huevito duro, cuando no, una
albondiguita...'
'Tendría
que probar con huevito duro,' dijo Amalia. 'A propósito, ya ni se nota
que se quedó dormido al sol.'
'Ya estoy
diez puntos,' dijo Romano sonriendo levemente.
'¿Cómo
es que se quedó dormido? ¡Que pánfilo!' dijo Amalia y ambos
rieron.
'¿Nunca
le conté de la Britzklieg Siesta?'
preguntó Romano.
'¿No,
qué es eso?' dijo Amalia mientras Romano acomodándose los lentes
comenzaba a hablar.
Se
quedaron unos instantes más en el agua, junto al agua. Finalmente
volvieron a la carpa donde se quedaron el resto del día jugando al
Backgamon con Ludvia y Ponce. Antoine había desaparecido y nadie
pregunto ni dijo nada sobre él, costumbre muy de la época;
silencio de balneario.
Cuando
bajó el sol desarmaron el campamento y subieron al setenta en la parada
de Torreón del Monje. Al llegar al Kennedy se encontraron con don Kelly
tomando sake en el tapial.
'Buenas
tardes,' dijo levantando la tacita de color verde azulejo.
'Buenas
tardes,' dijeron todos y siguieron de largo hasta el mostrador donde los
alcanzó el viejo para darles las llaves.
'No le
sobró nada de bagna cauda?' preguntó Ponce.
'No, me la
terminé esta mañana,' dijo Don Kelly, 'pero tengo pensado hacer
una fondiú alguno de estos días.'
'¡Bárbaro!'
dijo Amalia.
'¡Que
bueno!' dijo Ludvia.
'Avisenós,'
dijo Romano en representación de Ponce que había subido la
escalera corriendo, probablemente en busca de algun retrete.
'¿Que
tal estaba la Bristol?', preguntó el viejo.
'Fantástica,'
dijo Romano mientras se sacaba la gorra saludando y se alejaba por la escalera
sin quitarle la mirada a Amalia. 'Fantástica,' y se perdió
deslizándose sobre los escalones.
La puerta
de la habitación estaba abierta, no había rastros de Ponce a no
ser por los sonidos guturales que provenían del baño.
Romano se sentó en el borde de la cama,
se sacó la gorra de capitán y sacudió el arena de sus
orejas. Finalizada la tarea se estiró y encendió el Hitachi
colorado.
En ATC
transmitían Operación Dragón.
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